miércoles, julio 28, 2010

Casa Vieja

Caminaba con prisa sin rumbo definido, lo único que quería era alejarse de ahí lo más pronto posible. La mandíbula apretada y los puños cerrados, no podía detenerse sin que su cuerpo comenzara a temblar de forma incontrolable. La lluvia comenzó a caer y sentir las gotas de agua sobre su cara la liberaron, ahora podía llorar sin que sus lágrimas resaltaran, pero su frustración era evidente.
Un charco, una banqueta rota, una entrada de autos mal acabada, otro charco, un cruce complicado para los peatones, otro charco. Levantó la vista, había estado caminando furiosamente en círculos, no estaba mucho más lejos del epicentro de sus pesadillas que cuando todo se detonó.
Decidió enfrentarlo, se quitó el cabello mojado del rostro y dobló en la esquina, a una cuadra se alzaba la casa vieja de la que estaba huyendo. Redujo su velocidad al acercarse a la reja. Las perras ladraron al verla, pero tras unos minutos parecieron reconocerla y simplemente la veían con atención agitando sus colas. 
Volvió a llorar, esta vez con más ganas, cerró los ojos y en lugar de las perras vio al par de cachorras asustadas el día que llegaron. El patio se veía descuidado y sucio, ella no lo recordaba así, las jardineras estaban casi vacías, algunas tenían tan solo un par de ramas secas. ¿Cómo puede deteriorarse tan pronto un lugar? ¿Lo maltratado del inmueble reflejaría de algún modo lo que pasaba en la mente y el alma del dueño? Su mano temblaba al acercarse al timbre.
Tocó el timbre 3 veces como en tantas ocasiones, la diferencia fue que hoy sabía perfectamente que nadie abriría. Se colgó de los barrotes de la reja para no desvanecerse ¿cómo podía doler tanto todavía? Alcanzó a ver lleno de tierra en una de las jardineras un cochecito, de ese modo se materializaba lo que llevaba años queriendo ignorar, todo era real, no era una pesadilla, no era imaginación.
Soltó el listón morado que intentaba sin éxito controlar su cabello y lo amarró a la parte más alta de la reja. Era imposible que la señal pasara desapercibida para él, aunque para nadie más tuviera ningún sentido. No era un código preestablecido, nunca lo habían acordado, pero estaba segura que él entendería el mensaje.
Lanzó un beso al aire mientras regresaba a la avenida, estaba segura que había atado un pedacito de su alma a aquella reja.

3 comentarios:

pez dijo...

pus quien sabe de qué trató tu post, pero bueno, jaja

saludos

Eugenia Callejas @LOMMX dijo...

Me encantó, cada quien que saque sus propias conclusiones, pero seguro que con algo te identificas, al menos yo si.

Workaholica dijo...

Algunos son morados otros amarillos... al final de cuentas son señales...

Besos mi A