Caminaba por la orilla del abismo demasiado ensimismada para darse cuenta del peligro. ¿En verdad importaba el riesgo de la caída si podía disfrutar del viento revolviendo su cabello? El vacío la atraía con fuerza, la nada reclamaba para sí su cuerpo, y ella dócil, de pie en el acantilado se dejaba desear.
Desde ese punto la tierra parecía postrarse a sus pies, se sentía dueña de todo, abrazada por la nada. Sola, en el pico del mundo sin nada más que sus pensamientos y el viento. Siempre el viento.
Cerró los ojos y sintió el aire que la envolvía, la embriagaba y la poseía. El tiempo se detuvo un breve instante. La brisa entre las ramas de los árboles allá abajo susurraba su nombre, la reclamaba como propia. Y ella tan ausente y tan apasionada del viento se dejaba seducir. Su cuerpo temblaba como hoja en otoño, sabía que su destino era caer, dejarse ir, entregarse al viento y olvidar el resto, poco importaba que iba a pasar después.
Con decisión dio un paso al frente, dispuesta a dejarse tragar por un todo que era nada...
Alguien la detuvo bruscamente de un brazo. "¿Estás loca? Estuviste a punto de perder la vida arrojándote por el despeñadero". Ella volteó, sonrió con tranquilidad y contestó "No pierdes algo que sabes dónde termina", se soltó del brazo que sentía como grillete y se arrojó al vacío.
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