Cada historia va haciendo suyos ciertos símbolos, una frase, una palabra, un garabato, una canción, un lugar, un elemento, un color, un gesto, una situación. Símbolos que se traducen en la complicidad que todo lo une, complicidad que le da sentido a lo que son.
Las historias son entes vivos, evolucionan, crecen, se separan, se reunen, mueren. No hay dos historias iguales.
Cuando una historia termina sus símbolos se quedan flotando en el aire, al acecho, como potenciales detonadores de cascadas de recuerdos, de añoranzas. Te toman por asalto y te mandan de vuelta a un pasado compartido... porque las historias no son tuyas, las historias les pertenecen a todos los protagonistas por igual.
Pero a veces pasa que llega alguien más, sin saberlo toma uno de esos símbolos y lo reinterpreta. Lo carga con nuevas memorias y a fuerza de uso se adueña de él. Poco a poco le va drenando los tristes recuerdos antiguos y los va sustituyendo con memorias frescas, menos dolorosas.
Alguna vez leí que la única manera de deshacerte de un mal hábito es la sustitución, porque es más fácil hacerte de un buen hábito nuevo que simplemente dejar un mal hábito. Entonces, el secreto era 'llenar' el espacio/tiempo del mal hábito con un buen hábito que sea incompatible y de ese modo, al cabo de un tiempo y con cierto esfuerzo, el buen hábito acabaría tomando el lugar de aquello que queremos dejar.
Supongo que algo similar funciona para el olvido. No se puede simplemente borrar de la memoria, hay que reescribirle encima. Un día de pronto, te das cuenta que ese símbolo que de inmediato te transportaba a X situación sin importar quien lo emitiera ya no lo hace más, ahora a veces te remite a X, a veces a Y y otras tantas te deja indiferente, el proceso de sustitución ha comenzado.
Los símbolos (como todo en esta trinche vida) resultaron ser de quien los trabaja.