Momentos que marcan

Su rostro reflejaba lo duro que había resultado su vida, las ojeras profundas y la tristeza en la mirada hacían me hacían estremecer. Siempre tan fuerte, tan seguro de si mismo, hoy se mostraba vulnerable y frágil frente a mi.

Se habló de tantas cosas que se habían obviado, se reconocieron errores, espectativas no alcanzadas, ilusiones rotas e incluso se aceptaron las veces que se actuó con el afán de lastimar.

Y es que somos humanos, tan viles y tan corrientes como cualquier otro. Ya sin tener que cargar con la corrección política de no decir lo que no se quiere oír, se abrieron sellos, saltaron demonios y sangraron viejas heridas. Se desgarraba el alma con cada confesión y se sentía que moríamos un poco cada uno con cada palabra.

Pero ahora era distinto, ahora las palabras no se usaban para lastimar, todo el resentimiento que sentíamos el uno por el otro finalmente estaba quedando atrás, podíamos vernos bajo otra luz y dejar de odiar al otro por no ser todo aquello que deseábamos que fuera. Finalmente nos veíamos como seres humanos completos, con defectos y virtudes, ya no intentábamos que el otro encajara en el molde de perfección que de adolescentes habíamos imaginado, pero de hecho ya no intentábamos que el otro entrara en nuestra vida. Era más una reconciliación con el pasado que un proyecto de futuro compartido.

Y lloré, lloramos con un sentimiento tan profundo que hicimos temblar el cuarto, nos fundimos en un abrazo que lo decía todo, todo el amor y todo el odio que habíamos sentido el uno por el otro a lo largo de los años. La luz de la luna nos bañaba mientras abrazados nos veíamos en silencio empapados de lágrimas. No sé cuanto tiempo pasó, para mi el mundo se había detenido y estába ahí suspendida como gota a punto de caer... y caí, caí y me estrellé contra el duro suelo al despertar.

Hoy, a tantas lunas de distancia recuerdo esa noche y aún siento ese frío en mi piel.